jueves, 24 de enero de 2013

La parábola del Volvo 740

Belkis Cuza Malé

Desde hace años tengo un antiguo automóvil con fama de ser de una resistencia a toda prueba. Los que me conocen saben que soy una entusiasta de mi Volvo 740, fabricado en Alemania hace 22 años, por la compañía sueca que le da nombre.  Un carro que se ha dado en llamar clásico, especialmente el 740, pues según he leído su motor se construyó con un material resistente que no ha vuelto a usarse en los otros de la misma marca. Y hasta hace unos años era símbolo de extravagancia entre algunos ricos que se preciaban de andar en un Volvo 740. Incluso llegué a leer que Ingvar Kamprad, fundador  de la famosa IKEA (también una fábrica sueca) y uno de los siete hombres más ricos del mundo, andaba todo el tiempo en uno, a pesar de que en 1992, hace ya más de dos décadas, dejaron de fabricarse. 
    Pues bien, en diciembre pasado, el día de Nochebuena, el Volvo se paró de súbito mientras yo venía manejando por la University Drive, cerca de la calle Vickerie. Fue uno de esos momentos que no se lo deseo a nadie, porque sólo un ángel puede hacer que estemos a salvo de un accidente.  Y así pasó: gracias al salmo 91 que siempre me acompaña, pude hacer que el auto alcanzara la calle Vickerie y se detuviese sin mayores consecuencias: "El que vive al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente", ¿recuerdan estos versos?. 
    Entonces salí del carro e hice señales a los que se acercaban, pero ninguno se detuvo.  Al fin alguien paró. La pasajera bajó la ventanilla y me preguntó qué pasaba, luego consultó con la otra joven que iba al volante, y finalmente me dijo que sí, que me llevaban hasta mi casa, a unas dos millas de allí.  Cuando regresé al carro por un par de bolsas del mercado, vi que el auto de las jóvenes mujeres partía veloz sin que se hubiesen dignado darme una excusa. Por un minuto me sentí frustrada y nerviosa.  Mi teléfono celular se estaba descargando a toda prisa y yo necesitaba salir de allí cuanto antes.
    De modo que le hice señas a un auto que se acercaba. Una señora muy elegante, más bien gruesa y de mediana edad, me hablaba ahora indagando lo que pasaba.  De pronto descubrí que tenía que ser una mujer muy rica, pues todo lo que la rodeaba así lo sugería, además del lujoso vehículo.  Le expliqué mi problema y mi inquietud por el teléfono que se descargaba.  Me miró como escudriñándome y fue entonces que la oí decir: "Yo no te puedo subir a mi auto, pero dame un número de teléfono al que quieras que llame para que venga alguien por ti". La miré con tristeza y tras darle las gracias le dije que no, que siguiera, que ya me las arreglaría.  Aliviada de seguro por no verse mezclada en mi problema, partió rauda, sin despedirse.
      Ya a punto de la desesperación, vi que un auto se detenía a mi lado. La sonrisa amable de la dueña me devolvió la calma: durante el breve tramo la mujer se mostró comunicativa y me preguntó si me gustaba el pop corn,  motivo por el que había salido de su casa a comprar el maiz.  El  automóvil era sin duda el de una joven madre, pues había juguetes por todos lados. Cuando me dejó al frente de mi casa me deseó unas felices Navidades y escribió su teléfono en un papelito. Le di las gracias y le ofrecí mi amistad. 
        Cuando todo hubo pasado y otra amiga hizo posible que el Volvo regresara a casa, medité sobre aquella experiencia, sobre aquellas mujeres tan distintas entre sí.  Las dos jóvenes del primer carro, la señora rica del segundo, y la joven madre del tercero. No necesitaba más para conocer el alma de estas mujeres. La vida de cada una de ellas. Es posible que las dos primeras asistan los domingos a una iglesia, que oren de vez en cuando, que se digan cristianas.  Pero, ¿lo son en realidad?  Llego incluso a pensar que el espíritu de desunión que prevaleció en las dueñas de los dos primeros autos se acentuaba ante el hecho de que mi Volvo era viejo, algo imperdonable para cierta gente de hoy que vive de las apariencias.
        La joven madre, en cambio, estaba llena de bondad y simpatía hacia mi problema y había respondido como una persona de buenos sentimientos auxiliando a otra mujer que en plena calle, y con un auto roto, pide ayuda. Y precisamente en un día de Nochebuena. 
       Dios nos da muchas oportunidades, pero aquellas dos jóvenes --tan tontas y crueles--si se quiere, y la señora rica, dejaron pasar por esta vez la del precioso día en que se espera el nacimiento de Cristo.
        Una parábola moderna que ojalá le sirva a otros.

Nota: Si necesitan ayuda con sus problemas, si están deprimidos, faltos de amor, solos, sin trabajo y esperanza, por favor, comuníquense conmigo a cualquier hora al  (786) 975-5709  y oraré con ustedes. Y les daré Palabra de Profecía. O enviénme un mensaje a BelkisBell@Aol.com. Con Dios todo es posible.

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