sábado, 5 de julio de 2014



La generación de Viet Nam
Belkis Cuza Malé
    Aunque toda guerra es inhumana y cruel, la de Viet Nam provocó más cambios en Estados Unidos que lo que podemos imaginar. Algunos la recuerdan con nostalgia, y no es para menos. Con los sesenta se borraron de golpe siglos de estabilidad y cohesión moral.  " Haga el amor no la guerra" , como pedían los más audaces defensores de la paz, no sólo fue un slogan sino una realidad. Muchos se desentendieron de la moral al uso y proclamaron el amor libre, la contracultura, la vida en comunas, y una gran cantidad de valores morales se esfumaron con la llegada de los hippies al panorama nacional.  Melenas, barbas, extravagancias  y drogas hicieron su aparicion. Se pusieron de moda los gurús y  las religiones orientales, los iluminados, el yoga y la meditación trascendental. Los que contaban con los medios se iban a la India, los que no, se conformaban con reverenciar a Krisna y a cuanto personaje místico se apareciese con sus teorías sobre el tercer ojo o las chacras.
    Yo la llamo la generación de Viet Nam porque además de centrarse alrededor de esa contienda, impuso cánones nuevos, marcando así para siempre a un país entonces en guerra. Todo el mundo por supuesto quería que cesara ese capítulo doloroso de la historia. La mayoría no sabía ni por qué se peleaba, ni siquiera dónde estaba situado ese país llamado Viet Nam, dividido entre el Norte y el sur, como ocurre en nuestros días con las dos Coreas.
    Nada bueno sacamos de las guerras, a no ser el "acercamiento" al enemigo, a sus costumbres y cultura. Eso, y el haber situado a Viet Nam en el mapa fueron algunos de los "aportes" de esa contienda, si es que se obtiene algo positivo de una confrontación bélica. Los muertos de ambos lados, el odio, el rencor, fueron caldo de cultivo suficientes para dejar huellas imborrables en todos. Pero hoy, gracias a Dios, las cosas han cambiado y los horrores de la guerra se han ido desvaneciendo con los años, y el odio también. 
    Pero la generación de Viet Nam todavía está viva, aunque ya no es la misma. Aquellos años de desenfreno, de drogas sicodélicas, de vestirse o desvestirse para protestar contra la guerra, como lo hicieron John Lennon y Yoko Ono, son cosas del pasado, mascaradas, happenings teatrales que han quedado en el olvido, al igual que algunas canciones retro y posturas como las del poeta beat Allen Ginsberg. Lo esencial no es el "Apocalipsis Now"  de Hollywood, sino esa especie de muro de las lamentaciones donde están inscritos en Washington los nombres de los soldados estadunidenses muertos en Viet Nam.
    Mientras muchos se aprovecharon de la guerra para proclamarse marxistas, y la izquierda se enraizó en una sociedad como ésta, enemiga del comunismo, los jóvenes que iban a la guerra no fueron nunca los mismos si tenían la suerte de regresar vivos. Pasaron los años, se reintegraron a la sociedad civil, y parecieron olvidar. No siempre ocurrió así, muchos veteranos han terminado como homeless en las calles de este país, muchos han muerto luego a consecuencia de sus heridas físicas y espirituales. Muchos no se han repuesto todavía, a pesar de que calzan años. Son parte de esa generación de Viet Nam que ya nadie recuerda porque así se va borrando todo en esta vida, para bien o para mal.
    Después de la de Viet Nam, otras guerras --todas crueles e indeseables-- han cubierto de dolor a miles de hogares norteamericanos. Mientras continúe el horror de morir sin saber bien por qué mueren a miles de millas de su patria, los jóvenes de hoy no podrán repetir ese verso que tenemos en el himno nacional cubano que dice "morir por la patria es vivir". ¿Se puede vivir muriendo por algo que llamamos patria y que no sabemos bien qué es?
    Todo esto lo escribo en honor a la fecha del 4 de julio, día de la independencia de Estados Unidos y deseando que una fiesta tan hermosa como la de la libertad de un país como éste, no sea sólo ese picnic con mantel a cuadros y fuegos artificiales, sino un momento de recordación y agradecimiento a Dios por haber creado a esta gran nación. Oremos para que Estados Unidos continue siempre al abrigo del Altísimo, como dice el Salmo 91.
                                                                BelkisBell@Aol.com

lunes, 26 de mayo de 2014

¿PUEDE CURARNOS DIOS?


 
 
Belkis Cuza Malé

    Aunque la medicina ha alcanzado un desarrollo extraordinario en los últimos cien años, y enfermedades, antaño terribles, han devenido controlables tras el descubrimiento de la penicilina y los antibióbitos, todavía nos encontramos ante la antesala de un misterio mayor: ¿lograremos algún día vencer el proceso de la muerte o combatir efizcamente las nuevas epidemias y enfermedades que aparecen de cuando en cuando en este planeta?
 
    Nada sabemos, más que ese miedo que suele recorrer la mente humana ante cada amenaza. Primero el SIDA, y luego la gripe porcina. Y luego otras. Y latente, como uno de los miedos mayores, el temido cáncer. Sin descontar las enfermedades del corazón, que son mayormente la causa de muertes, debido al estilo de vida de muchos.
        Pero, ¿cuántos de nosotros creemos de verdad que la Palabra de Dios sana, que Jesús es más que una promesa y que todos los días de nuestra vida estamos protegidos por su amor y su calidez? La ciencia se ha impuesto y cada vez que se habla de sanación divina hay que acotar que una visita al doctor no estaría de más. De modo que vemos el temor a equivocarnos, a hablar por hablar, como si Dios fuese sólo un espejismo, algo digno de probar, pero con cautela. Les traduzco aquí lo que Norman Vincen Peale, hombre de fe y autor de famosos libros sobre el pensamiento positivo, además de pastor, nos dice al respecto, tras participar junto a un doctor cristiano en la sanación, a través de la oración, de una señora muy enferma: *Por primera vez --nos cuenta--, comencé a ver que yo estaba cometiendo un grave error al enseñar tan sólo una religión altamente ética. Yo había visto ahora cómo trabajaba el poder más allá de la ética o la ciencia. Había mirado de forma escéptica lo sobrenatural. Pensaba  en la religión básicamente como un sistema de ética y teología, preocupada sólo con el mejoramiento de la moral y de las condiciones sociales, en especial ésto ultimo.  Yo miraba a la medicina preocupada solamente por la cura de la enfermedad a través del proceso materialista".  Para luego añadir: "Hoy sabemos que Dios tiene al menos dos formas para sanar a la gente: a través de su sirviente, el médico y de su sirviente el practicante de la fe espiritual".
        Creo, sin embargo que el doctor, por muy eminente que sea, no puede curar por sí solo el miedo, la tristeza profunda del alma, los conflictos que surgen en la mente humana y que calan profundo en el espíritu. No importa que existan los terapistas, los sicólogos, los siquiatras. Y no digo que ellos no curen. Claro que curan con un sistema aparentemente efectivo, basado en la mayoría de las veces en los fármacos. En la química. Esas drogas con receta médica que llevan al paciente a un estado más o menos normal de sanación, que la mayoría de las veces es sólo aparente, porque la procesión va por dentro, en el espíritu.
    Les diré mi experiencia: cuando yo tenía veinte años, por un período de más de diez, vivía con la ansiedad a flor de piel. No salía de mi casa sin llevar en mi bolso esas pastillas que me había recetado el doctor para la ansiedad, para la depresión y el miedo. Yo vivía en puro terror, a la muerte, a las enfermedades, a la vida misma, al que será de mi vida. Yo no disfrutaba ni un minuto, pensando en que mañana estaría muerta, o aquejada de una grave enfermedad. Pero de tanto temerle a todo, le temía --creo que afortunadamente, también a esas pastillas, a sus efectos secundarios-- y sólo tomaba la mínima dosis, tan pequeñita que estoy segura de no me servían de nada. Pero yo vivía pegada al fetiche de las pastillas, con la confianza de que si me daba un ataque de pánico ahí estaban ellas, como si fueran el mismo Dios, para salvarme. Al menos, creía, me controlaban el miedo. ¿Y por qué ese miedo? Cuando usted vive en la represión absoluta, cuando la moral al uso es un marco opresor del que no nos podemos zafar, cuando hay que fingir todos los días, y decir SÏ, venticuatro horas, como hacen los que vive en un país bajo el comunismo, nuestra mente se enferma, si no somos lo suficientemente fuertes. Se enferma doble: por una parte, se resiste a ser gobernada, manipulada, y por la otra tiene que ceder y aprender a callar, y tiene que obedecer reglas injustas, estúpidas, que no son más que la pérdida absoluta de su individualidad.
         Y como vivía en el miedo, como crecí también bajo la vigilancia de un padre autoritario, que ponía por encima de todo la moral, sus cánones ultraconservadores, yo no salía de un estado de terror interno. No bastaba que me hubiese criado en la fe, que aprendiese a rezar y a hacer promesas. Yo tenía pánico, vivía con pánico, esperando siempre lo peor, aunque me agarraba al pensamiento de un Dios al que también me habían enseñado a temer.
            Hasta que descubrí que Dios es amor, que Dios vive en nosotros y es esa fuerza superior que nos enseña a no temer, a entregarnos a sus promesas. Sí, Dios curó mi hipocondria, mi temor a la vida, mis incertidumbres, mi miedo. Y puede curar el suyo si deja que El lo guíe, si aprende a entender el mecanismo de sanación que hay en su Palabra. Si repite una y mil veces los versos que están en la Biblia que hablan de sus promesas de sanación. No dejo de recordar todos los días aquellos de Proverbio 4: 24-27, que dicen: "Acerca tu oído a mi boca, hijo mío, porque mi palabra es medicina y vida para ti*. O lo que leemos en Primera de Pedro 2:24, hablando de Cristo: (...) llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el matadero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia, y por cuya herida fuísteis sanados".  Sí, especialmente esto, porque fuimos sanados (ya en pasado, miren) por su herida, ésa que sufrió en la cruz. De modo que repitiendo esto (por sus heridas fuimos sanados) obtenemos la curación tan ansiada, sin saber que ya estamos sanos.
        Porque la fe, sólo la fe en Cristo, puede liberarnos del miedo y de la enfermedad.
 
Nota: Si necesitan ayuda con sus problemas, si están deprimidos, faltos de
amor, solos, sin trabajo y esperanza, por favor, comuníquense conmigo a cualquier hora al  (786) 975-5709  y oraré con ustedes. Y les daré Palabra de Profecía. O enviénme un mensaje a BelkisBell@Aol.com. Con Dios todo es posible.