miércoles, 25 de mayo de 2011

Boo-Boo y los Diez Mandamientos

Belkis Cuza Malé

Este artículo lo escribí en junio de 1999, y lo reproduzco ahora porque sigue estando vigente, y sé que les gustará. Aquí va:
"Cuando a principios del año pasado me llamó una señora que quería uno de los gaticos de mi Tin-Tin y tuve que ponerla en lista de espera porque ya los había dado todos, no pude menos que sorprenderme cuando un mes después se apareció en casa para "inspeccionar" la nueva cría.
Con aspecto de profesora universitaria, o quizás de directora de convento, la desgarbada señora se auxiliaba de un bastón, aunque a simple vista no se advertía ninguna extraña dolencia. En aquella ocasión se apareció con dos larguiruchos y no muy locuaces niños quienes luego de observar y jugar con los gaticos parecieron sentirse satisfechos y consintieron en esperar hasta que fuese el tiempo de llevárselo a casa.
Al mes exacto regresó, ahora acompañada de su esposo, un gordo de aspecto algo descuidado, con problemas ortopédicos en ambos pies a causa quizás del exceso de peso. Los tres hijos, la madre y el padre parecían no poder caber en aquel viejo y mínimo automó vil rojo que los había traído desde un lejano punto en el campo. Pero se marcharon felices con aquel gatico gris --un pequeño Russian Blue, hijo esta vez de mi Chiquitica. Como siempre hago, les dejé saber la fecha en que había nacido el animalito, de modo que pudieran "celebrarle" el cumpleaños.
Hace un mes, la señora volvió a llamarme para indagar si alguna de mis gatas tenía nuevas crías, pues quería darle una compañera a su Boo-Boo, como lo llamaba. Esta vez me preguntó si me gustaría mirar de nuevo a Boo-Boo.
Cuando abrí la puerta, lo primero que vi fue a un precioso gato gris en brazos del esposo. Le brillaba la fina y corta pelambre al igual que aquellos ojos verdes, tiernos y sedados. Al cuello traía no sólo su identificación en forma de corazoncito azul con aquel nombre tan lindo de Boo-Boo, sino una larga cadena como la que llevan los perros.
Tras escoger a la compañera y comprobar por mí misma cuánto amor había en aquella familia --no sólo por los gatos, sino entre ellos--, se marcharon felices.
Evidentemente, aquella familia sabía querer; sabía respetar: conocía todos los secretos de Dios. No se trataba de gente que sustituyera el amor a los seres humanos por el de los animales, ni de solitarios empedernidos que necesitasen desesperadamente el amor que no encontraban. Aquélla era una familia de carne y hueso, distinta, plena, llena de dones, aunque de seguro no de mucho dinero. Quizás su único lujo era Boo-Boo, tan atildadito, y cuidado como un príncipe, junto a un perro del que también me hablaron con mucho amor.
Boo-Boo era un símbolo, representaba a mis ojos la suma de todos los valores de aquella humilde familia, la dedicación y el amor de todos por cada uno de ellos, y ya podía imaginar yo el resto: la vida recreada en torno al padre y la madre, la satisfacción de la cena familiar, el placer de alimentar a Boo-Boo y al perro, los deberes caseros, las delicias creadas en el horno por la mujer para festejar cualquier aniversario, o la alegría por la llegada de una suma adicional de dinero, ganada por el padre y compartida por todos.
Estos tres niños eran parte de una cosecha distinta, que crecería y daría frutos también distintos. De seguro que crecerían con el corazón repleto de amor, con una mirada distinta, sin envidias ni recelos, sin necesidad de usar drogas o alcohol para calmar la depresión o el desasosiego. Todas sus carencias materiales habían sido suplantadas con amor de familia.
Pero la historia de esta familia con su Boo-Boo me llevó a cavilar en algo más profundo, en la noticia de que el Congreso acaba de aprobar una proposición que permitirá colocar los Diez Mandamientos en las aulas de las escuelas públicas. Aunque parecería un acto de menor importancia --junto al otro de no aprobar el control de las armas--, baste saber que por mucho que digamos, los Diez Mandamientos representan, más que un decálogo religioso, unas leyes supremas de convivencia y de compasión por nosotros mismos. Y que promoverían el amor y no el odio entre los niños.
Quizás sería bueno que los niños del mundo entero aprendiesen a leer repitiendo los Diez Mandamientos, que los machacaran una y mil veces, hasta que formaran parte de sus conciencias.
¿Intolerancia religiosa? ¿Violación de la libertad individual? Piénsese por un momento cómo la violencia, la falta de amor y de valores, la promiscuidad, violan cada uno de nuestros derechos. Sin duda, necesitamos recapacitar en cada uno de esos Diez Mandamientos.
La familia adoptiva de Boo-Boo --y ahora de la hijita de miTin-Tin-- son el mejor ejemplo de lo que estas leyes universales de amor pueden hacer por cada uno de nosotros".
NOTA: Si siente que su vida material y espiritual está sumida en un pozo, y ya no tiene esperanza, ni amor, ni consuelo. Si está sin trabajo, sólo, atribulado, y no ve la luz, deténgase por un momento y busque a Dios. El está esperando por usted. El sanará sus heridas, El lo iluminará. Sumérjase en su Palabra, aprenda a llenarse de Fe, a perdonar. Dios es AMOR y lo espera. Ahora es el momento.
Llámeme a cualquier hora al (786) 975-5709. O escríbame a BelkisBell@Aol.com.

lunes, 9 de mayo de 2011

El arte de controlar nuestras vidas, pero no las ajenas

Belkis Cuza Malé

Veinte años años atrás yo no me sentía en control de mi propia vida. Les diré po
r qué: escribía. píntaba, creaba, editaba una revista literaria, atendía a mi familia, a mis animales, pero por ejemplo, cuando llegaba el invierno y su blancura cubría los sembrados y los jardines, y el techo de mi casa se llenaba de nieve, la soledad, el silencio, la tensión, el dolor de la nada, la sinrazón, y o el estupor se apoderaban de mí. Ya no era yo, era otra, quién sabe quién.
Existen clínicas para curar el daño que produce la falta de luz, de sol, durante los largos meses de invierno. Pero la sensación de opresión que lleva uno dentro no tiene nada que ver con esto, sino con algo extraño que anida en nosotros. Se trata sencillamente de un descontrol mayor que muy poco o nada está relacionado con lo externo, con la química del cerebro, y sí con nuestra conciencia espiritual. Y no todo el mundo se da cuenta de eso.
¿Han observado ustedes a esa gente que van por la vida sin saber quiénes son realmente? Tienen los ojos nublados, idos, como si no mirasen más que a la lejanía. Nunca fijan los ojos en los demás, sino en las musarañas de un lugar lejano habitado por sombras. Cuando quieren comer comen sin prestar atención a la comida, comen moviendo los labios y tragando aire, pero no se alimentan. Cuando están cansados caen rendidos de sueño, pero no sueñan más que con nubes. Cuando despiertan lo hacen a un mundo realmente anodino. ¿Qué les pasa? les sucede lo que a los fantasmas: deambulan por el aire sin encontrar un lugar dónde asirse. Tétricos y desdichados, estas personas se inventan un mundo único, lleno de soledad y miseria personal. Es la desdicha misma la que toca a sus puertas.
A mis amigos les comento: "Si quieren la felicidad, salgan a buscarla, fabríquenla con sus propias manos, no la esperen sentados a la puerta. No inventen pretextos, no se conformen con lo mínimo. La felicidad se fabrica como una casita de madera o igual que se siempbra un árbol".
Los que vivan cerca de un río sabrán de qué estoy hablando. De lo mucho que se aprende cuando se mira la corriente de un río. Fíjense cómo ésta se lleva, arrastra, todo lo malo, todo lo inservible, lo que no va a nutrirlo. El río sabe lo que más conviene a su "felicidad". Así deberíamos ser nosotros.
La gente viene y me dice: "Por favor, quiero recuperar el amor de ese hombre. Y yo les digo: ¿Cuál hombre? ¿Ese que les grita, les pega y abusa de ustedes? "No importa --me dice-- no puedo quitármelo de la cabeza". No es amor, ya ven, si no algo muy dif[icil de explicar. Se trata de una parte muy retorcida de nosotros mismos que no sabe cómo enfrentar la pena más que así, haciéndose daño.
¿Quién píensa que va a transformar a un hombre de esa naturaleza, o a una mujer sin virtudes? Nadie, sólo ellos, sólo si el deseo de cambiar es auténtico. Así sucede con los adictos a las drogas, al cigarro o al alcohol. Si no hay voluntad de cambio, no habrá éxito. El único posible es el que venga directamente de lo más íntimo del ser, del espíritu. Lo demás es jugar a cambiar.
Dice un dicho milenario que nadie experimenta por cabeza ajena, y es cierto. Hablando de fracasos y éxitos sólo cuentan cuando es el resultado de algo que nos ha pasado. Lo demás es ficción, o pura telenovela. Amar o cambiar al ser amado no son la misma cosa. No amamos sus defectos, sino sus virtudes, pero si lo que queremos es hacer cambiar a alguien al extremo de que desaparezca de delante de nosotros aquéllo que no nos gusta, estaremos cometiendo un pecado menor, el de la ingenuidad. Nadie cambia a nadie, a menos que ocurra el milagro del mejoramiento personal, de la necesidad de cambiar y glorificar a Dios.
A menos que nos pongamos en sus manos.

Nota: Si desea conocer el mapa de su vida, los líneas y trazos que existen para usted y cómo encontrar y tomar el mejor camino para el éxito en todos los aspectos: salud, amor y properidad, le invito a que me llame y me consulte a cualquier hora al (786) 975-5709, o escríbame a BelkisBell@Aol.com. Le mostraré el camino de esperanza a través de la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo. Dios es Amor y lo ama. Aprenda a reconocer ese amor en usted. Con Dios todo es posible, que nos fortalece.