sábado, 28 de abril de 2012


Visión de Jesucristo en FORT WORTH
 
Belkis Cuza Malé
 
        "Luz soy del mundo". Así dijo Jesús mientras se preparaba para sanar a un ciego de nacimiento.  "Me es necesario hacer las obras del que me envió, mientras el día dura", había sentenciado refiriéndose a su condición de Hijo de Dios y a su pronta crucificción, que El, por supuesto, conocía de antemano. El ciego esperaba por el milagro, quizás sin fe, porque llevaba muchos años, más de treinta, sentado junto a aquel arroyo al que se decía bajaba un ángel que sanaba al primero que entrara en las aguas.  Pero el pobre ciego vivía desconsolado, ya que debido a su misma condición no había logrado nunca que alguien lo ayudara a llegar al estanque.
         Y diciendo esto, Jesús procedió a devolverle la vista tras escupir en tierra y hacer lodo con la saliva. Con esa mezcla cubrió sus ojos, y el ciego fue sanado.
        Sí, Jesús era y es la luz del mundo. No ha dejado de serlo. No ha dejado Jesús de alumbrarnos con su gloria y su amor. No ha dejado de hacer milagros en este plano terrenal, aunque haya dicho que no es el dueño del mundo, aludiendo a la fuerza siniestra que gobierna la Tierra.
       Cuando Jesús ascendió a los Cielos, tras su resurrección, nos dejó al Espíritu Santo habitando en cada uno de nosotros, aunque una gran mayoría ni siquiera lo sabe. De niña, lo recuerdo bien, yo me preguntaba qué cosa era el Espíritu Santo, por qué aquella paloma blanca lo representaba, y cuál era su objetivo. Tengo la impresión de que nadie supo explicármelo bien hasta que comencé a leer la Biblia, los Evangelios, y entendí lo que significaba para los crisitianos el misterio de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
    Y también por razones misteriosas si se quiere, a finales de 1995 me mudé a Fort Worth que es una ciudad precedida por la fuerza del Espíritu Santo, y donde la energía de la Trinidad  lo inunda todo, desde ese río que bordea la ciudad, --como un cordón de agua y verdor y a quien un español, Alonso de León, en 1690 bautizó como La Santísima Trinidad--, hasta la cotidianidad más tierna.  No hay otra ciudad donde esto suceda.  Donde la Trinidad esté presente en todos y cada uno de los actos de la ciudad, aunque de modo imperceptible al ojo humano.  Y aunque el  río Trinity viaje por muchas otras tierras texanas, es aquí donde ocurre el "milagro" de esa fuerza única, de esa energía divina que preside Fort Worth y su paisaje. Y que de seguro muchos se sienten tocados por ella, aunque no sepan cómo clasificarla.
      "Luz soy del mundo", dijo Jesucristo entonces, alumbrando en el corazón de los que creen en él, de los que proclaman su divinidad. Y es Fort Worth ciudad elegida por Dios para realizar grandes milagros. Lo siento así, lo recibo mientras escribo esto.  Una ciudad asentada junto a ese río va a celebrar la segunda venida del Cristo como muy pocas otras. Vamos a verlo a El, nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, caminando por esas aguas, y oiremos su voz llamándonos, para que nos arrepintamos de nuestros pecados y seamos salvados. 
    Pero, queridos amigos, no esperemos hasta el último minuto para acogernos a esa luz, a su luz;  no esperemos su segunda llegada para cambiar nuestras vidas, porque entonces puede que sea tarde. Hoy, ahora, es el momento de comenzar una vida nueva, una vida en Cristo y proclamar que sólo Él salva. 
    No esperemos como el ciego de los Evangelios por el ángel que ha de mover las aguas para sanarnos. Jesús está ahí, al alcance de la mano, y sólo nos pide que tengamos fe y amor.  Es todo.  Quitemos de nuestros ojos la ceguera espiritual, más terrible que la física. Abramos los ojos, el Señor nos ha devuelto la visión de su Reino.
 
Nota:  Les invito a que me comenten este artículo y me llamen para compartir sus emociones, problemas y sufrimientos. Oraré por ustedes, y si lo desean les hablaré las palabras proféticas que tenga para cada uno.  Dios los ama, recuerden.
Llámeme a cualquier hora al (786) 975-5709.   O escríbanme a BelkisBell@Aol.com. Visite también mi página de internet en www.belkiscuzamale.blogspot.com, donde podrán leer todos mis artículos.  Gracias y bendiciones.
 

lunes, 23 de abril de 2012


Un paisaje que transforma el alma

Belkis Cuza Malé
        Mi madre pudo ser una pintora y lo demuestra ese cuadro que teníamos en casa cuando yo era niña: un gato precioso, blanco y negro, con algo de color al fondo, pintado con mucha gracia.  Pero cuando nos mudamos de la ciudad de Guantánamo a Santiago de Cuba el cuadro desapareció de las paredes de nuestro nuevo hogar, lo mismo que aquel paisaje de montañas nevadas, llenas de luz y vegetación junto a un riachuelo que cruzaba a todo lo largo. Sencillamente impresionante. Y yo, que entonces no contaba más que diez u once años solía contemplarlo con tanta intensidad, que era como si me metiese dentro del paisaje, imaginando aventuras sólo posibles en los libros. Por esa época yo todavía no leía libros, no los había en casa, salvo uno de historias bíblicas que mi madre conservaba de sus años de alumna del colegio teresiano. Ese libro y el cuadro del gato, porque lo había pintado siendo casi una niña allí en el colegio. 
    Pues bien, aquel paisaje, que colgaba al descuido en la pared, sin guardar las proporciones  lógicas del diseño, sino en un clavo cualquiera que de seguro estuvo ahí siempre antes de que nos mudásemos a esa casa, fue para mí como una iluminación espiritual.  Las montañas, el cielo, el agua del riachuelo, la nieve, la vegetación aledaña, despertaban en mí sensaciones de vidas pasadas o futuras que correspondían quizás a otras dimensiones. Porque ahora sabemos que además de esta dimensión donde habitamos en este presente eterno existen otras, según nos asegura el científico Einstein.
    Pero sólo quiero comentarles la influencia que esa lámina (porque se  trataba de una lámina, o print, no de una pintura original) tenía sobre mí, sobre mis estados de ánimo. A través de ese paisaje yo canalizaba mil y una inquietudes que me acosaban.  Y ese cuadro era como un paisaje mágico que me hacía soñar con mundos distintos.  Y a la vez me colocaba frente a un mundo desolado, sin seres humanos, ni animales. Sólo paisaje.
    ¿A dónde iba yo por esas montañas, luego de atravesar el riachuelo? ¿Qué había detrás de esas montañas desoladas y frías? ¿Ciudades, gentes, jungla o qué? Sigo pensando que eran impresionantes, que no pertenecían a este mundo, porque aquella luz que las asolaba era también de naturaleza extraña.
        No sé si se han dado cuenta de lo que quiero decir: que podemos vivir y crear la vida dentro del paisaje de una lámina como aquella. Los que se ocupaban hace décadas de decorar las grandes casas, los palacios, sabían de antemano la importancia del mensaje de un cuadro, y sabían también que no debían colgar nada negativo en las paredes.  Hoy el arte ha dejado de cumplir esa función y es cualquier cosa menos "saludable", y en las paredes descansan todo tipo de imágenes realmente deprimentes o con mensajes "subliminales" (de esos que no se ven a simple vista, pero que afectan la mente) nada alegres.
        Hace años, por esas cosas misteriosas de la vida, volví a ver el paisaje de mi infancia. Estaba colgado en la pared de una tienda de antiguedades de la calle Main de Fort Worth. Me quedé sin habla, estupefacta. No podía creerlo, y hasta me imaginaba que podría ser el mismo que colgaba de la pared de mi casa allá en Guantánamo. 
    !Qué imaginación la mía!  Eso no era posible. De seguro existen en el mundo, o al menos en este país, un buen número de esas láminas, típicas del decorado de los años cincuenta. Pero les confieso que no pude evitar la sensación de que
 el paisaje me habia seguido a mí, como nos creemos que hace la luna cuando caminamos bajo ella.
    Esta semana ha muerto en San Francisco, un paisajista único, un maestro de la luz, como le llamaban: Thomas KInkade.  Tenía sólo 54 años y era cristiano, y había incorporado su fe a lo que pintaba. Paisajes de luz y sombra, casitas junto a los riachuelos, iglesias fantasmales y bellas, montañas, ciudades de los cincuenta, casas de los suburbios arrullados por la paz y la armonía de esas décadas. 
     Estoy por creer que a Kinkade lo alimentó de niño el mismo paisaje que a mí, el de esa lámina. Sus pinturas son como el cuadro de mi infancia, no me cabe dudas. Pero en Kinkade la luz preside todo el entorno y nos quedamos como sonnolientos porque es casi una luz sideral, de esas que sólo produce la intensidad de las estrellas, y tamiza la luna. En los paisajes de Kinkade tampoco aparecen personas ni animales. Una soledad pasmosa que nos hace imaginar que detrás de las puertas de esas casitas y esas iglesias está escondida la felicidad.
    Ustedes búsquenlo, busquen los paisajes de Kinkade y díganme si no tengo razón, si este pintor no les transforma el alma, sólo con contemplar sus cuadros.
Nota:  Les invito a que me comenten este artículo y me llamen para compartir sus emociones, problemas y sufrimientos. Oraré por ustedes, y si lo desean les hablaré las palabras proféticas que tenga para cada uno.  Dios los ama, recuerden.
Llámeme a cualquier hora al (786) 975-5709.   O escríbanme a BelkisBell@Aol.com.   Gracias y bendiciones.

martes, 3 de abril de 2012

Salmo 91

Salmo 91


1. EL que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente.
2. Diré yo a Jehova: esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré.

3. El te librará del lazo del cazador, e la peste destructora.
4. Con sus plumas te cubriré, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad.

5. No temerás el terror nocturno, ni de saeta que vuele de día;
6. Ni de pestilencia que ande en oscuridad, ni de mortandad que en medio del día destruya.

7. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará.
8. Ciertamente con tus ojos mirarás, y verás la recompensa de los impíos.

9. Porque has puesto a Jehova, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación,
10. No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada.

11. Pues que a sus ángeles mandara acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos.
12. En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra.

13. Sobre el león y el áspid pisarás; hollarás al cachorro del león y al dragón.
14. Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; Le pondre en alto, por cuanto ha conocido mi nombre.

15. Me invocaré, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré.
16. Lo saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación