La generación de Viet Nam
Belkis Cuza Malé
Aunque toda guerra es inhumana y cruel, la de Viet Nam
provocó más cambios en Estados Unidos que lo que podemos imaginar. Algunos la
recuerdan con nostalgia, y no es para menos. Con los sesenta se borraron de
golpe siglos de estabilidad y cohesión moral. " Haga el amor no la guerra" ,
como pedían los más audaces defensores de la paz, no sólo fue un slogan sino una
realidad. Muchos se desentendieron de la moral al uso y proclamaron el amor
libre, la contracultura, la vida en comunas, y una gran cantidad de valores
morales se esfumaron con la llegada de los hippies al panorama nacional.
Melenas, barbas, extravagancias y drogas hicieron su aparicion. Se pusieron de
moda los gurús y las religiones orientales, los iluminados, el yoga y la
meditación trascendental. Los que contaban con los medios se iban a la India,
los que no, se conformaban con reverenciar a Krisna y a cuanto personaje místico
se apareciese con sus teorías sobre el tercer ojo o las chacras.
Yo la llamo la generación de Viet Nam porque además de
centrarse alrededor de esa contienda, impuso cánones nuevos, marcando así para
siempre a un país entonces en guerra. Todo el mundo por supuesto quería que
cesara ese capítulo doloroso de la historia. La mayoría no sabía ni por qué se
peleaba, ni siquiera dónde estaba situado ese país llamado Viet Nam, dividido
entre el Norte y el sur, como ocurre en nuestros días con las dos Coreas.
Nada bueno sacamos de las guerras, a no ser el
"acercamiento" al enemigo, a sus costumbres y cultura. Eso, y el haber situado a
Viet Nam en el mapa fueron algunos de los "aportes" de esa contienda, si es que
se obtiene algo positivo de una confrontación bélica. Los muertos de ambos
lados, el odio, el rencor, fueron caldo de cultivo suficientes para dejar
huellas imborrables en todos. Pero hoy, gracias a Dios, las cosas han cambiado y
los horrores de la guerra se han ido desvaneciendo con los años, y el odio
también.
Pero la generación de Viet Nam todavía está viva, aunque
ya no es la misma. Aquellos años de desenfreno, de drogas sicodélicas, de
vestirse o desvestirse para protestar contra la guerra, como lo hicieron John
Lennon y Yoko Ono, son cosas del pasado, mascaradas, happenings teatrales
que han quedado en el olvido, al igual que algunas canciones retro y posturas
como las del poeta beat Allen Ginsberg. Lo esencial no es el "Apocalipsis
Now" de Hollywood, sino esa especie de muro de las lamentaciones donde están
inscritos en Washington los nombres de los soldados estadunidenses muertos en
Viet Nam.
Mientras muchos se aprovecharon de la guerra para
proclamarse marxistas, y la izquierda se enraizó en una sociedad como ésta,
enemiga del comunismo, los jóvenes que iban a la guerra no fueron nunca los
mismos si tenían la suerte de regresar vivos. Pasaron los años, se reintegraron
a la sociedad civil, y parecieron olvidar. No siempre ocurrió así, muchos
veteranos han terminado como homeless en las calles de este país,
muchos han muerto luego a consecuencia de sus heridas físicas y espirituales.
Muchos no se han repuesto todavía, a pesar de que calzan años. Son parte de esa
generación de Viet Nam que ya nadie recuerda porque así se va borrando todo en
esta vida, para bien o para mal.
Después de la de Viet Nam, otras guerras --todas crueles e
indeseables-- han cubierto de dolor a miles de hogares norteamericanos. Mientras
continúe el horror de morir sin saber bien por qué mueren a miles de millas de
su patria, los jóvenes de hoy no podrán repetir ese verso que tenemos en el
himno nacional cubano que dice "morir por la patria es vivir". ¿Se puede vivir
muriendo por algo que llamamos patria y que no sabemos bien qué es?
Todo esto lo escribo en honor a la fecha del 4 de julio, día de la independencia de Estados Unidos y deseando que una fiesta tan hermosa como la de la libertad de un país como éste, no sea sólo ese picnic con mantel a cuadros y fuegos artificiales, sino un momento de recordación y agradecimiento a Dios por haber creado a esta gran nación. Oremos para que Estados Unidos continue siempre al abrigo del Altísimo, como dice el Salmo 91.
Todo esto lo escribo en honor a la fecha del 4 de julio, día de la independencia de Estados Unidos y deseando que una fiesta tan hermosa como la de la libertad de un país como éste, no sea sólo ese picnic con mantel a cuadros y fuegos artificiales, sino un momento de recordación y agradecimiento a Dios por haber creado a esta gran nación. Oremos para que Estados Unidos continue siempre al abrigo del Altísimo, como dice el Salmo 91.